Teología política y teología oikonómica

Carl Schmitt desarrolló sus observaciones agudamente metafísicas desde la dualidad tierra-mar, sobradamente estudiadas, pero que nunca dejan de ser provechosas para una amplísima reflexión teológica sobre la modernidad y las alternativas a la misma. En este sentido, hoy busco centrarme en la idea de tierra, lo telúrico como el oikos, el hogar, y postular una filosofía del hogar, para analizar cuestiones políticas y económicas.

La modernidad es el desarraigo existencial más profundo en todas sus más terribles consecuencias. La posmodernidad no es sino la exasperación nihilista de las premisas modernas hasta el absurdo; en cierto modo las pone de cabeza, y en otro modo, las profundiza. Pero hoy quisiera poner atención a un problema no siempre tratado por el pensamiento tradicionalista en general, el Hogar. Con la notoria excepción del magnífico y revelador libro de Russell Reno El retorno de los dioses fuertes y algunas reflexiones de Scruton, Chul Han y Duguin, no tengo registro de que este tema haya sido muy abordado en el pensamiento antimoderno. Pero es de capital importancia.

La modernidad es la pérdida del hogar, que se puede predicar por analogía, desde el hogar divino en el Reino de Dios, el hogar patrio, en el suelo natal, la tierra de los padres, y sus ricas tradiciones y costumbres, la consuetudo, hasta el hogar familiar. Qué símbolo más evidente de la tragedia moderna que la mujer abandone el hogar para ser tratada como esclava del capitalismo y se pretenda que eso es «liberación». Es el desarraigo, el individuo, el a-tomos en su nada, ante el capital y capital financiero. La imagen de la inmensidad del mar, uniforme, como una masa, que la técnica conquista, es una potente representación y símbolo del desarraigo, la soledad del individuo, ante el Leviathan, que surge desde el mar, la bestia atlántica, la bestia marítima. Esa es la dualidad individuo aislado-Estado absoluto propia de la modernidad. En el mar no hay hogar, no puede haber hogar, porque no hay tierra firme. Solo hay técnica, cálculo, utilidad, individuos, átomos y el Leviathan.

La tierra, en cambio, es el lugar donde el hombre crece, donde camina, se asienta, forma la unión familiar, crea comunidades. Y en esa tierra firme crecen las tradiciones y costumbres, las mores maiorum, que le dan riqueza y calor a la vida y la existencia humana. En la tierra el hombre no está solo. Eso es el oikos. Una comunidad de comunidades naturales, ascendente desde el hogar familiar hasta el hogar divino, incluyendo toda la enorme gama de asociaciones y comunidades profesionales, políticas, regionales, etc. El hombre no es un lobo para el hombre –como decía Hobbes– en este planteamiento, sino un hermano.
La diferencia notoria entre la propiedad especulativa financiera, bursátil, que son átomos en la nada, miles, millones, cientos de millones de bits que están en ningún lugar (no-lugar), en la inmensidad del mar, contrasta con la apacible estancia ganadera y agrícola de un pater familias romano o un gaucho argentino. Es propiedad con alma, usualmente al servicio de una comunidad, de comunidades naturales, propiedad con sabor a tierra firme y arraigo centenario incluso.

Por ello, en el antiguo derecho medieval, muchas propiedades vinculadas no podían venderse ni cederse ni transferirse de ningún modo, porque la propiedad no era una fría relación abstracta, aislada, asocial, entre un propietario y la cosa, sino un vínculo comunitario natural, protegido por el Derecho, en tanto cumpliera su función (officium). Esto es el dominium utile que Paolo Grossi tan largamente estudió y defendió ante la propiedad liberal. Por eso los romanos decían sabiamente, res mobiles, res viles, las cosas muebles son cosas viles, de escaso valor, (sobre todo el dinero y bienes que pasan rápidamente de mano en mano, especialmente el dinero fiduciario y ficticio del sistema financiero contemporáneo).

Es en este esquema de la tierra y el mar donde mis reflexiones se sitúan. Pero ¿qué relación tiene todo esto con la teología? Mucha. Aunque Carl Schmitt no sea del gusto de cierto escolasticismo sin alma, sistemático-cartesiano, que, irónicamente, termina sirviendo de argumentación a la modernidad misma a la que en teoría se opone (aunque ya no tanto, o nada en absoluto), la filosofía del oikos y la dualidad tierra-mar es una consecuencia del dogma y la Tradición católicas. El mundo moderno, marítimo, es fundamentalmente protestante en sus inicios, especialmente el calvinismo holandés y puritanismo inglés, en la tesis de Weber, forman el capitalismo, a partir de ideas nominalistas, humanistas, de un Medioevo que se apagaba. No es este el lugar para discutir o defender la tesis de Weber, pero ciertamente las ideas de Schmitt tributan en favor de la famosa tesis weberiana y los que impugnan a Weber usualmente son libertontos, perdón, libertarios pseudo católicos que quieren demostrar que el capitalismo es perfectamente compatible con la fe católica. Pobres ilusos.


La modernidad, como ruptura del oikos cristiano-europeo, supone el exilio del Reino. Tomando la metáfora de Rafael Gambra, es como el hijo rebelde que se va del hogar, a malgastar su fortuna en malvivir; pero a diferencia de la hermosa parábola evangélica, no regresa arrepentido a la casa del padre, sino que se enorgullece de su mala vida y puede incluso haber adquirido más dinero, pero no un hogar, jamás un hogar. Así ha sido la modernidad: pueden haber mejorado las condiciones materiales de la vida, en la dimensión puramente cuantitativa, pero de hecho, a un elevadísimo costo espiritual, la pérdida del hogar y de la fe comunitariamente vivida, reducida a mera dimensión individual y subjetiva. Eso no es un hogar, eso es una mera coexistencia de átomos, sin nada más que los una que el contrato. ¿Nos hemos preguntado por la metafísica del contrato y el énfasis de la modernidad en el contrato? Para la Tradición lo importante no es el contrato, libremente elegido y revocable por voluntad de las partes, sino el estatus, que no se elige: se ama porque se cumple una función en el todo social orgánico.

Si la mejora de los índices de salud, la esperanza de vida o la educación, objetivos loables claro, pero muy pobres, es todo el argumento de los liberales, entonces no hay nada que objetar a algo tan monstruoso como el viejo comunismo, que hizo lo mismo a costa de expandir el ateísmo social, aunque irónicamente, como una religión invertida, fue mucho más tradicional que la sociedad liberal occidental. Y por lo demás, no solo a un elevadísimo costo espiritual, sino a un costo físico y humano (los libertarios jamás reconocerán la explotación del trabajador y de familias enteras en el capitalismo del siglo XIX, y también en el de hoy).

El capitalismo moderno ha alienado la vida de sus dimensiones más profundas, enarbolando lo cuantitativo en desmedro de lo cualitativo, ha trastocado y dislocado al hombre de sí mismo, de su prójimo y de Dios. Somos átomos en el mar. La historia, la tierra, los ancestros se disuelven como un río que desemboca en el mar. Hemos ganado más riqueza, sin duda; pero para un católico eso no es el objetivo primero, sino un medio instrumental al bien humano, al auténtico bien humano y para ello el fin es la Justicia, y más aún, la Caridad en la ley evangélica. Esta justicia y caridad, solo se pueden dar en suelo firme, en un oikos/polis, no en una monstruosa cosmopolis global, sin pueblos ni naciones, sino solo átomos sumergidos en el mar tecnocientífico.

Es entonces que surge la idea central del artículo: el oikos como elemento ordenador, teológico primero, de una comunidad sustentada en la tierra, un hogar. El catolicismo allí tiene un secreto que pocos han explorado hasta ahora, su doctrina es precientífica, o al menos se supone que es precientífica, y debe serlo así. No conoce aún la distinción radical de sujeto-objeto, propia de Descartes; la aniquilación del intelecto para conocer a Dios, propia de Kant. Es precrítica, y eso es una fortaleza. La pobre conciencia histórico-teológica del catolicismo moderno lo ha llevado a un complejo de inferioridad terrible ante la modernidad y ha pretendido modernizarse, hacerse técnico y global, perdiendo sus raíces en el humus profundo de la tierra. Todo el modernismo teológico es una intromisión kantiana, técnica, ante una racionalidad que no entiende. Es otra racionalidad, otra forma de plantear las cosas, el ordenamiento del todo, desde Dios Uno y Trino hasta las últimas consecuencias.

Esta otra episteme católica ha sido pobremente entendida por muchos católicos, sobre todo liberal-conservadores y la famosa Nueva Derecha de Milei, Laje et al., que no para de encontrar ocasión de asimilarse al mundo moderno anglosajón. En la época del Concilio Vaticano II, muchos católicos buscaron asimilarse al comunismo, que parecía entonces triunfante; hoy, a la anglósfera, y sus instrumentos de dominación, como la economía del capital financiero-globalizado y el atlantismo geopolítico.

Esta diferente racionalidad es la de las catedrales góticas, los monasterios románicos, la de comunidades naturales, gremios, ligas, cofradías, hansas, las cruzadas, la paz de Dios, las universidades, la de los pintorescos pueblitos de Italia o Alemania, la de santos que escogían el martirio antes que renegar de su fe, la de apóstoles que descubrieron el Divino Maestro como la Lux Mundi, la de Papas que iluminaron el orbe católico. Pero sobre todo, la de filósofos y teólogos como Santo Tomás que ordenaron el mundo a la luz de la eternidad y, al hacerlo así, formaron algo auténticamente humano. En realidad solo se puede formar un mundo auténticamente humano, desde las alturas divinas, que es el hogar por excelencia, el primer analogado principal, el Reino de los Cielos. Es así que ponderando los bienes primeros, el Reino de Dios antes que las riquezas, se construyó la Cristiandad como comunidad auténticamente humana. Y nos enseña un nuevo y arcaico paradigma económico, el oikos. La metafísica y la teología son la causa primera, no la economía, como sostienen marxistas y liberales.

La Iglesia y los teólogos moralistas hasta el siglo XVII no hacían economía científica en sentido moderno, y esa es su principal fuerza. Es el oikos como unidad económica, diríamos hoy, lo que estructuró la Cristiandad hasta avanzado el siglo XVIII, que planteaba un orden económico y social sustentado no en el individuo ni en el Estado, sino en communitates, en un complejo entramado institucional. Una sociedad que podríamos llamar jurisdiccional, donde cada estamento y grupo tenía su iurisdictio propia, en la lógica del estatus, siempre bajo la autoridad del Príncipe como medida del bien común. Se analizaban conductas económicas no como económicas, ni menos con la odiosa separación economía normativa-positiva, sino como parte de la moralidad y el orden de virtud dirigidos a la salvación de las almas. El fin era teologal. Sin ese elemento en mano, uno puede caer fácilmente en la propaganda, sí, propaganda y sabotaje intelectual de verdaderos mentirosos como el Acton Institute, el Mises Institute y otros apologistas de Mammon (¿Cuántos no hemos escuchado que los escolásticos españoles son la cuna del libre mercado moderno?).

Y especialmente interesantes son los «Manuales para padres de familia», de los que hace poco tomé conocimiento y no podría escribir detalladamente aún, que circularon hasta esa época y al modo de los antiguos Espejos de Príncipes, buscaban señalar las conductas adecuadas para un justo, armonioso y recto orden del hogar, esto es, oikonomía, no economía (Wirtschaft , economics). La tan cacareada ineficiencia económica de la monarquía de los Austrias, en el fondo, no es sino la episteme católica puesta en ejecución en América, quizás con imperfecciones como es natural a toda obra humana, incluso corrupción y actos reprochables más allá de leyendas negras y rosas, pero es lo que fue y se acepta como tal. Lo principal no es el cálculo económico, el odioso cálculo económico de Mises, sino el acto teológico-moral, ordenado a Dios y al bien común de la polis, el oikos. No la máxima consecución y aumento de utilidades, sino el Splendor Patriae et Domus, la magnanimidad en este mundo y la salvación del alma en la eternidad.

En especial se rechazaba, muy grandemente, la crematística, vicio horrendo que Aristóteles denunciaba ya, y que es la característica de la economía liberal moderna, su presupuesto antropológico individualista, mediante el famoso «egoísmo racional». Y en la usura y especulación financiera contemporáneas, adquiere verdaderas dimensiones demonológicas, casi como si fuera el oikos (invertido), pero del mismo Diablo (Civitas Diaboli). La buena administración del hogar no es acumular riqueza indefinida y permanentemente, lo que se conoce como Der Geist des Kapitalismus, (el espíritu del capitalismo) en la brillante literatura crítica del capitalismo propia del mundo germano de comienzos del siglo XX, sino su buen uso (moral) como medio para el bien común del oikos. ¿Qué es la polis sino una armoniosa conjunción de muchos oikos entrelazados?
Es ínsito a la modernidad la pérdida del sentido del hogar, la economía contemporánea misma es enemiga del hogar. Los jóvenes y no tan jóvenes no solo no quieren tener hijos porque la mentalidad imperante es antinatalismo y una mentalidad, pulsión de muerte, tanathica, sino que la misma economía lo impide por todos los medios, de ahí la inmigración masiva y el «reemplazo».

Todos sabemos hoy cuán impagables son los departamentos y viviendas (indignas muchas de ellas de ser un hogar familiar), producto de la especulación financiera en gran medida, no del malvado estatismo «socialista». Y así me pregunto, a modo de ejemplo, ¿por qué tantos matrimonios fracasan hoy, en la sociedad sin hogar como la describió Reno? Ahí está la respuesta, no formamos hogares, solo casas en estilo minimalista (y cada vez más imposibles de adquirir) para consumo masivo, con esa arquitectura fea, que no induce al amor entrañable que nos trae a la memoria la estética del pasado, de nuestros abuelos, sino a lo desechable, pasajero, fluido, líquida, como el agua del mar.

Recordamos con nostalgia nuestros abuelos porque en nuestra interioridad sabemos que esas tendencias, estética, costumbres, estilos, hasta las canciones de muchas décadas atrás, guardan mucha mayor cercanía con aquello perenne, nos recuerdan algo que hoy en gran medida ya no existe: el Hogar. Hacia 1950 mucho se había perdido de esa antigua oikonomía, casi todo, pero a mi juicio, todavía quedaban algunos restos y hasta parecía en algunos países que se podría retornar a ese mundo. Lo que pasó después de 1968 sobre todo, es sabido. Abajo el Hogar, vivan Freud, Marx, Foucault y el capital, la libertad avanza. Nada más contrario al Hogar que esa horrenda, perversa y pervertida «economía política libidinal» pornográfica, de la revolución sexual. De hecho, es la contracara de esta economía financiera global, por eso la llamo, «pornoeconomía», la antítesis metafísica absoluta de la oikonomía cristiana.

Salazar
Salazar