Don Jordi Garriga Clavé es un pensador político, autor y columnista de gran relevancia, activo en redes. Además de su vertiente en el campo profesional como técnico industrial especializado en CNC, es ensayista, traductor y organizador. Ha tenido una dilatada experiencia como militante de varias organizaciones políticas, que han cimentado su conocimiento de primera mano de su funcionamiento interno. También es colaborador de la editorial Fides, de contenido político alternativo o disidente, que publica entre otros a autores de la talla de Alain de Benoist, padre de la Nouvelle Droite francesa y muy bien conocido por él. Les presentamos la entrevista que nos concedió a continuación.
Comencemos por una pregunta no tan sencilla. Usted escribió: Tanto si tu enemigo murió en 1945, como si murió en 1991, sigues teniendo un amo que nació en 1789. En columnas recién publicadas reconocidos iconos contemporáneos de sus muy distantes respectivas tradiciones políticas, el marxista inglés Terry Eagleton y el autor de la Nueva Derecha francés Alain de Benoist, vuelven al Siglo de las Luces. El primero lo hace, puede que previsiblemente, para quejarse de que esas ideas, junto con el romanticismo, trajeron el nacionalismo étnico. El segundo para acuciar a los lectores a hacer una relectura de Jean-Jacques Rousseau, a menudo tan denostado en la derecha, que no sea presentista o anacrónica, pues encuentra en él un espíritu anti-ilustrado. ¿Qué es lo que hace, por tomar la expresión del historiador alemán Ernst Nolte, del siglo XVIII ese «pasado que no pasa»? ¿Es un escollo que no se podrá superar a su juicio?
Con la citada frase hacía una referencia indirecta al liberalismo, el cual, en su versión posmoderna, sigue siendo un enemigo imbatido por todos sus rivales desde el nacimiento político de la Ilustración, efectivamente, en el s. XVIII. Era una irónica (amo las ironías, contienen muchas verdades) admonición a todos aquellos que se empeñan en adjudicar todo lo que hace el liberalismo a su enemigo-fetiche favorito. Desde la izquierda todos los desmanes, autoritarismos, genocidios, crisis, etc., son anotados en la cuenta del fascismo, un fascismo políticamente inexistente, culturalmente marginal y socialmente repudiado; desde la derecha hace exactamente lo mismo con un comunismo inexistente desde la caída de la URSS y que ha mutado, en los dos imperios sobre los que se sostenía, en pragmatismo soberano: el comunismo ha quedado en la conciencia popular como una utopía excesiva e irrealizable.
Desde ambos lados se apalea a dos perros muertos para regocijo del verdadero culpable, que sigue con su desarrollo mientras unos dicen que los fascistas son capitalistas disfrazados y otros que el comunismo es la culminación del capitalismo… Pero, en ningún caso se analiza seriamente la génesis de estas tres ideologías, que tiene un nacimiento y una evolución cual matrioshkas: la emancipación del Tercer Estado frente al Trono y al Altar, consecuencia lógica de las ideas de la Ilustración, genera el triunfo de la Burguesía como la clase dirigente de ese Tercer Estado y la reconfiguración de la topología política: dejad hacer, dejad pasar. El liberalismo vence y genera las condiciones para el nacimiento del socialismo, el fracaso del cual propicia que el nacionalismo y el fascismo surjan. El enfrentamiento mortal del s. XX nos dejará un vencedor: aquel que nació en 1789. De ahí mi frase.
En lo que respecta a los autores que mencionáis, no conozco a Terry Eagleton (pero prometo documentarme), pero sí por supuesto a Alain de Benoist.
Una de las cosas que puedo decir sobre de Benoist, es que una de sus mayores virtudes (y que me ha servido de guía) es no descartar nada ni a nadie de ninguna tendencia ideológica, cultural o filosófica. Las buenas ideas crecen en todas partes y la sabiduría está en hallarlas y poder conectarlas con otras, en el laboratorio de las ideas, al mismo tiempo que debemos detectar e identificar aquellas que no son tan buenas, incluso cuando su apariencia nos indicaría todo lo contrario. Porque una cosa es sopesar y poner en su justa medida los datos biológicos, y otra muy diferente hacer de ellos valores espirituales; saber cuándo la igualdad es necesaria en una sociedad política y otra es hacer de ella una filosofía que arrasa cualquier diversidad y la condena en nombre de una construcción utópica.
Y, en lo que nos ocupa, de Benoist recupera a un autor (Rousseau) sobre el cual la mayoría de nosotros no hallaría más que una imagen estereotipada y ya condenada de antemano sin que tengamos ganas (ni tiempo) para realizar un análisis de sus ideas, además muy fácilmente a nuestro alcance.
Pero, aunque haya publicado recientemente un libro al respecto, de Benoist hace más de 30 años que decidió descubrir, para lo que podríamos llamar la Derecha ideológica, a Rousseau. Puedo recordar el 22 Coloquio Nacional del GRECE del 27 de noviembre de 1988, dedicado a «Las derechas y la Revolución francesa», donde intervino con la ponencia «Relire Rousseau»?
En aquella ponencia, de Benoist empieza evocando todos los juicios contradictorios que desde la derecha y de la izquierda se hacen sobre Rousseau: inspirador de la Revolución, origen del nacionalismo alemán, un individualista inadaptado y soñador, un lógico fanático y de mentalidad espartana, un racionalista, un sentimental, padre del romanticismo, precursor del socialismo de Estado, colectivista, apologista de la tiranía, padre espiritual del marxismo, padre del igualitarismo, etc.
Descubrir a este autor es de justicia, sobre todo, porque creo que nadie realmente le ha leído con atención y todos nos hemos quedado con frases sueltas y clichés (recordemos el inicio del Discurso de fundación de Falange Española).
El s. XVIII es insuperable porque fue el inicio de las ideologías en sustitución de la religión. Creen los marxistas que el motor de la Historia es la lucha de clases. Se equivocan; creen los nacionalistas que es la lucha entre razas y naciones. Se equivocan también. Pero no hay que culpar a nadie: los datos se amontonan y las conexiones que hacen unos y otros parecen confirmar sus tesis. En realidad, el motor de la Historia se activa con múltiples palancas, afortunadamente. Y siempre hay dos constantes que usa el espíritu histórico para encarnarse: el crecimiento de la población y la acumulación de tecnologías.
Si, tal como dijo de Benoist acerca de la importancia de la lucha cultural, no pudo haber un Lenin sin que antes hubiera un Marx, no pudo haber Revoluciones americana y francesa sin filosofía de la Ilustración y Renacimiento cultural anteriores. Ese estado espiritual halló su oportunidad en el s. XVIII mediante las dos palancas: la Primera Revolución industrial y la explosión demográfica en Europa, que echaron abajo (incluso paradójicamente) los regímenes que la habían hecho posible o les obligaron a ceder su poder. Todo empezó en ese s. XVIII y todo lo anterior quedó en un estado similar al que podríamos otorgar al Big Bang en los inicios del Cosmos: antes no había nada…
En otro momento escribió una frase que encuentro lapidaria: La tierra une, el mar separa y la historia continúa. Recuerda a los Grandes Espacios schmittianos. ¿En qué lugar deja esto al Estado-nación? ¿Descarta absolutamente que sean viables las alianzas interoceánicas, aunque no conlleven ambiciones de integración política como, en el caso del mundo de habla hispana, a veces pretenden algunas corrientes dentro del llamado hispanismo?
Leer a Carl Schmitt y su Nomos de la Tierra o su Teoría del Partisano es esencial para comprender de qué va realmente el sentido de la actuación política. Muchos se involucran en política del mismo modo que se involucrarían siendo fans de un cantante o de una saga de películas: vivimos una era de simulacro total, virtual, digital.
De igual modo, el concepto de espacio y tiempo se ha modificado radicalmente. Hasta no hace tantos años el Estado-nación era la máxima extensión geográfica a la que podía aspirar un ciudadano cualquiera. Los viajes al extranjero eran algo excepcional, algo para explicar a hijos y nietos. Los viajes dentro de un país ya eran una aventura con los medios técnicos con los que se contaba. La inmensa mayoría de las personas nacía y vivía dentro del mismo país, normalmente dentro de la misma comarca. Hoy no. Hoy todo el planeta es el territorio en el que uno se puede mover, virtualmente en todo momento, en tiempo cero. Físicamente, apenas hay impedimentos técnicos graves.
Lo antedicho provoca no un mayor acercamiento entre personas y culturas, sino una competitividad cada vez mayor. Se debe competir por un empleo contra millones de personas, se puede elegir millones de posibles parejas, se puede arrasar la economía o la identidad de un lugar en cuestión de muy poco tiempo, bien sea desplazando millones de seres humanos de una punta a otra, bien mediante la gentrificación de amplias zonas. ¿Qué puede hacer ante eso el anacrónico Estado-nación? Nada. El problema es que muchos todavía mantienen en él sus esperanzas ya que no han tenido tiempo a asimilar su desfase. Es el «shock del futuro» del que hablaba Alvin Toffler. Obstinarse en las glorias pasadas, en un sistema político superado, no ver que todo ha cambiado radicalmente en el planeta, equivale a la muerte política y a mantener no una ideología, sino un culto. Algo que sería totalmente respetable si no fuera por tanta gente que cree hacer política y lo que hace realmente no difiere mucho de ser un cosplayer del universo Marvel.
Los pueblos europeos no pueden pensar en términos de Estado-nación. Y lamentablemente los partidos populistas a la derecha insisten en ese tótem, que les condena al museo de la Historia: pueden alcanzar ahora muchas cotas de poder dentro del sistema político liberal, ya que la crisis es importante: de valores, económica, espiritual, demográfica… pero la meta de su viaje no existe. Su Eldorado de relucientes casas de oro es un espejismo al que arrastran a muchos incautos. Lo único que le vale a Europa es el espacio a la medida de la época actual. Un imperio europeo desde las costas del Atlántico hasta la frontera con Rusia (a pesar de ser un imperio de raíz europea, es innegable que es su propio espacio soberano en todos los aspectos) es el único modo de asegurar el futuro para nuestros pueblos. Seguir como hasta ahora nos condena a ser una colonia yanqui, la cual, si algún día los EEUU colapsan, sería un botín muy fácil para nuestros vecinos y seríamos ocupados y despedazados para siempre.
En cuanto a las alianzas con el mundo hispano… Imaginemos que fuera posible para España tener una política exterior propia, y que dentro de esa política se decidiera priorizar las alianzas de todo tipo con el mundo hispanohablante (o iberófono). La cuestión es ¿por qué? ¿No tendrían más utilidad y sentido otro tipo de alianzas con otros países enfocándonos no en un fetiche lingüístico o histórico, sino en la simple utilidad para nuestra nación? La América española se emancipó hace más de dos siglos y desde entonces sus intereses, sus rumbos, su identidad y su política se hallan a mucha distancia tanto geográfica como mental. Insistir en ello es establecer un juego caprichoso donde nuevamente la adoración del pasado nos impide ver la realidad actual. Y la realidad para España pasa por Europa.
Obviamente, la crítica hacia Europa pasa por que ella es una entidad maligna que solamente quiere someter a España, desmantelar su industria, su agricultura, quitarnos nuestra identidad y uniformizarnos, mientras que para España sería más interesante unirse con quienes se comparten idioma, cultura, tradiciones e historia… Curiosamente, la postura de los hispanistas es exactamente, punto por punto, la misma que la de nuestros pequeños separatistas: España es una entidad maligna que saquea a Cataluña y otras regiones, agrede a su cultura, y entonces lo que hay que hacer es separarse y luego unirse con quienes se comparte lengua y cultura (Països Catalans con Valencia y Mallorca). En este caso, confunden Europa con Unión Europea, tal y como confunden otros España con el Régimen del 78 e incluso con el franquismo, y hacen de un dato histórico o lingüístico un fetiche al cual adorar para huir de la realidad.
En una de las columnas que publicó hace poco en Mediterráneo Digital, Los coletazos del sistema democrático, afirma: Desde la implantación universal de Internet, ya va tomando forma otra organización medieval posmoderna, basada en la privatización de todo, recursos básicos incluidos, y en la delegación de todo, donde el productor se convierte también en un funcionario al servicio de poderes privatizados. […] En este sentido, la estructura social actual puede verse como una forma de feudalismo financiero, donde los señores feudales son los banqueros y las corporaciones, y los siervos son los ciudadanos comunes que trabajan para pagar sus deudas y mantener el sistema en funcionamiento. La pregunta es cómo la clase emergente, la de los técnicos e intermediarios que controlan los flujos, realizará su revolución. Otros autores y analistas han hablado de esto, refiriéndose a cómo los dueños de las nuevas tecnologías disruptivas están en pugna con el «dinero viejo» por el control del poder. ¿Valora que, en un escenario hipotético ideal, cada nación debería tratar de procurarse de una autonomía tecnológica frente a Silicon Valley/Zhongguancun (el Silicon Valley chino) o es este modelo económico cada vez más dependiente de internet simplemente poco recomendable?
China ha demostrado en los últimos 20 años una capacidad de adaptación y liderazgo planetarios realmente asombrosos. Seguramente porque los europeos vivimos en una burbuja informativa y discursiva donde aún se pretende tratarnos como a niños inmaduros, que no necesitan preocuparse mucho de lo que hay allí fuera. La cuestión es que China, a diferencia de Europa, ha logrado mantener su independencia y su soberanía. Ello gracias a dos evidencias: en todo su territorio hay un solo gobierno y no son una colonia de nadie.
Tras la caída del bloque soviético, Occidente (con este nombre me refiero a todo el entramado político y económico tutelado desde Washington) trató de aplicar la receta ganadora a China, fomentando un crecimiento económico que haría emerger una clase burguesa, la cual se haría poco a poco con las riendas del Partido hasta provocar su implosión y con ello la caída del sistema chino y su integración en el One World capitalista. Pero lo que sirvió para una mentalidad europea de raíz cristiana como es la rusa (a las raíces profundas nunca llega el hielo) no sirvió para los chinos, como no está sirviendo con los árabes o con los africanos: los globalistas son anglosajones de espíritu y nunca supieron integrar a nadie en sus sistemas.
Los chinos demostraron que modernidad y occidentalización no son inseparables ni son sinónimos. Actualmente hay una tremenda guerra cibernética, virtual, digital entre varios actores. Los yanquis creían poseer el secreto de la Inteligencia Artificial (como antaño la bomba atómica), pero los chinos les han adelantado. Y en Europa también se quiere competir en este terreno, pero, ay, somos una colonia, recordémoslo: todo intento de adelanto será vetado por los amos y Europa (si nada lo remedia) quedará atrasada para mucho tiempo, convirtiéndose en lo que antes era China, con un montón de gente yendo en bicicleta y con su agricultura e industria destruidas…
Por supuesto que la autonomía tecnológica es importante. Japón lo entendió enseguida y nunca fue ocupado por los imperios europeos en sus mejores épocas. China tardó mucho en comprenderlo y finalmente lo logró y ahora se ven los resultados.
Todavía en otra de sus columnas, Sociedad asalvajada, abunda en un tema que ha sido explorado por otros autores, como el inglés Theodore Dalrymple, y es en la pérdida generalizada de unas normas cívicas de mínimos que rijan una vida pública ordenada, señalando: Es el triunfo de los salvajes, en una sociedad donde la competitividad es un valor situado en lo alto de la escala vital de muchas personas, donde el interés y no el amor forma grupos y familias, donde todos sabemos que no hay ningún límite moral para mentir y robar si se puede justificar, cada cual forma su isla particular. La cotidianidad de esos hechos criminales nos insensibiliza, y al final forman parte de lo cotidiano, se aceptan mentalmente como inevitables y se celebra que no vayan a más, de momento. Si este salvajismo es vertical, promovido de alguna forma desde el poder, ¿qué resquicios le quedan a la persona de a pie para sustraerse a él?
Si hablamos del poder, primero tenemos que saber de qué estamos hablando. El poder siempre es oligárquico, basado en el equilibrio entre grupos, familias y naciones. Da igual que su forma sea la democracia o la dictadura, ya que lo esencial es la legitimación, la razón por la cual ese tinglado político es el detentador real de la soberanía. Un poder cuyos miembros no están al servicio de potencias extranjeras o de poderosos grupos internacionales, normalmente buscará la erradicación de la violencia social, ya que la nación es la base de su propia existencia. Si por el contrario es un poder que podríamos llamar vicario, por delegación, y la paz, la prosperidad y la felicidad del pueblo no son necesarias para su existencia, entonces lo ideal es crear un ambiente de terror y de degradación moral para desactivar cualquier reacción sana, dando la sensación de que es una sociedad que no merece ser salvada o, peor aún, haciendo creer que sin esta oligarquía traidora todavía sería peor la situación.
La persona aislada está condenada. Es necesario siempre, incluso cuando hay paz, integrarse en estructuras familiares y comunitarias, ya no por defensa propia, sino por el beneficioso efecto que recibe nuestro organismo, heredero de millones de años de estas situaciones: la horda, la tribu, siempre fueron y serán nuestra primera patria.
Hablemos un poco de Ediciones Fides. ¿Hay algún autor a quien le gustaría editar o que esté en proceso de edición que sea desconocido incluso para los lectores más avezados de la casa?
Aclaro que en Ediciones Fides soy un mero colaborador, así que muchas veces ignoro por completo qué está a punto de editarse o qué proyectos hay en marcha, salvo que me informe de ello mi amigo Juan Antonio Llopart, el editor. Hay muchísimos autores desconocidos, o menospreciados, que merecerían ser editados. Pero ya sabemos que es algo muy arriesgado, porque son difíciles de vender. Muy recientemente Fides ha editado una biografía del poeta Stefan George, o un libro con textos de Péguy… Que no suscitan el menor interés ni curiosidad, lógicamente. La gente con los libros y autores se conduce igual que en su propia vida: van a lo seguro, a lo conocido, a lo cómodo. No les culpo.
Hace años, ingenuamente, traté de abrir una brecha para introducir otra visión, desde coordenadas europeas, para renovar el pensamiento disidente entre nosotros. Traduje e hice publicar Europa ante el misterio ruso: trascendencia, nación, literatura, de Anna Gichkina. Un libro pequeño, fácil de leer, donde se ofrecían para cualquier lector curioso algunas claves del pensamiento ruso, con algunos autores representativos. El objetivo era darles otra vuelta a cosas de las que ya se ha pensado y escrito mucho, con referencias ad nauseam de los mismos autores una y otra vez. Era abrir las ventanas en dirección al Este, para aprender y asombrarnos. No funcionó, no le interesó a nadie.
Mi mayor ambición sería que se publicara algo de Iván Ilyín, el cual, a diferencia de la mitología alrededor de Duguin, sí que es un filósofo influyente en las altas esferas rusas.
En cuanto a su militancia política, ¿cuál, si se puede compartir, diría que es la experiencia más didáctica que extrajo? ¿Y la más positiva o gratificante?
Empecé mi militancia política en sentido estricto en 1988, pasando por todas las etapas y actividades: activista, jefe local, delegado provincial, delegado regional, delegado nacional en las juventudes, miembro del comité central, presidente de algo, secretario de algo, tesorero, vocal… He colocado pegatinas, carteles, pancartas; manifestaciones y otras cosas; conferenciante, ponente y orador en español y francés; congresos y reuniones nacionales e internacionales… director de publicaciones, articulista… Y yo qué sé más. El balance podría ser que en 2014 decidí dejar de formar parte de ningún proyecto político y de que tal vez todo haya sido para nada. Pero no.
Lo mejor de todo este tiempo es que aprendí que uno no sabe de lo que es capaz hasta que tiene la oportunidad de hacerlo. Te hace crecer como persona y aprender mucho. Es cierto que ves y oyes cosas innobles a todas luces, que conoces a auténticos deshechos humanos que dicen combatir por lo mismo que tú, que eres apuñalado por la espalda por aquellos a quienes considerabas amigos… Pero eso no es privativo de ningún ambiente: es la vida misma, pero en este caso situada en una actividad que divide a las personas en dos grupos compactos. Uno es el de las personas que quieren hacer carrera, pero son tan torpes que no la pueden hacer en partidos liberales normales (donde vive gente aún más rastrera y astuta que ellos) y el otro es el de los jóvenes que aman a su pueblo tanto, que no dudan en ofrecerse como sacrificio, dedicando tiempo, dinero y riesgo físico (y social y laboral) para la felicidad de su gente, aun cuando esta misma ni les comprende ni les quiere al lado. Es con eso que nos tenemos que quedar: no es tanto pensar en un éxito político (que pasa por un trabajo cotidiano a largo plazo, sin garantías) como en pensar en qué vas a convertirte.
Lo más gratificante es saber que no estás solo. Y que hubo otros antes que tú, viendo que habrá más cuando uno ya no esté.
Para terminar, por favor, ¿qué libro o libros de género metapolítico considera que son los más relevantes que hay que leer en el año en curso? ¿Por qué razones?
Hay que leer Las ardientes fronteras de Eurasia de Leonid Savin: Un estudio pormenorizado de todos los conflictos que hay alrededor de Rusia actualmente, sus motivaciones, los intereses que hay detrás… Para tener una visión lo menos deformada posible de todo lo que está pasando ante nuestros ojos.
Hay que leer La revolución de Donald Trump de Aleksander Duguin: No tanto por el personaje en sí, absolutamente incontroble e impredecible, sino por el análisis exhaustivo de la política estadounidense (el globalismo realmente activo), sus actores, sus grupos, sus ideas y sus actividades. Algo que un europeo cualquiera tiene gran interés en conocer.
Yo siempre procuro leer todo lo que cae en mis manos de Alain de Benoist, Diego Fusaro o José Alsina. Autores de prosa clara y asequible, filósofos de combate, antenas de la raza.

