El wokismo no es una «herejía gnóstica»

Artículo original de Keith Woods traducido por Rodrigo Valentín.

¿Es el wokismo solamente una respuesta a problemas actuales como la justicia racial y los derechos trans o es la reencarnación de una antigua herejía cristiana? Se podría suponer lo primero. Sin embargo, en el mundo intelectual conservador, lo segundo se ha convertido en una suerte de ortodoxia. La afirmación de que «el wokismo es gnosticismo» se ha convertido en una pequeña industria intelectual entre posliberales, reaccionarios y tradicionalistas católicos que ha acumulado también una pequeña biblioteca de libros y ensayos sobre el tema en los últimos años.

El gnosticismo era la cultura woke originaria, dice OnePeterFive, un diario católico; el obispo Robert Barron escribe acerca del gnosticismo que es la raíz filosófica del wokismo para el Instituto Acton; el wokismo es la nueva cara de una vieja herejía, explica el filósofo tomista Edward Feser; según el cruzado antiwokista James Lindsay, [lo woke es] «una línea de la creencia en el culto gnóstico que ha moldeado cada aspecto de Occidente al menos durante los últimos tres siglos»; el wokismo es la religión gnóstica de los intelectuales, escribe un colaborador de la revista Chronicles Magazine; y la wokidad se fundamenta en una comprensión gnóstica del mundo, escribe un colaborador de National Affairs.

Este tipo de temática tampoco es nada nuevo para los conservadores. En una edición de 1957 de The National Review, un académico católico llamado Frederick Wilhelmsen se quejaba de que el gnosticismo «le ha inoculado su veneno a la sangre de nuestro cuerpo político». ¿Los ejemplos que proponía Wilhelmsen? Ponía por caso la negativa del presidente Eisenhower a apoyar la revuelta húngara de 1956. Esto sólo se podía entender reconociendo «la bruma gnóstica» que aquejaba a Ike, una decisión influida por «las ilusiones gnósticas sobre el futuro».

En 1962, otro antiguo miembro de la National Review de nombre Brent Bozell le contó a un gentío de 18.000 conservadores en el Madison Square Garden que el comunismo y el liberalismo compartían una misma raíz – «la antigua herejía del gnosticismo con su creencia en que la salvación del hombre y la sociedad se pueden lograr sobre esta tierra». Bozell previno a esa ingente muchedumbre de que en su misión gnóstica los liberales le estaban tomando simpatía al ideal soviético de rehacer al hombre, y en este sentido «si el gnosticismo triunfa alguna vez, será en su forma comunista».

Que los pensadores conservadores traigan a mientes el gnosticismo para explicar las motivaciones de sus enemigos es algo que se le debe en buena medida a Eric Voegelin, que puso sobre el gnosticismo la culpa del auge de todo movimiento ideológico moderno desde el comunismo y el fascismo, al psicoanálisis y el progresismo liberal. Voegelin veía en el impulso gnóstico un rechazo del mundo en favor de un orden purificado – lo que de manera afamada denominó «inmanentizar el eschaton», o tratar de hacer que venga el cielo en la tierra. Estos movimientos se describieron como gnósticos sencillamente por ser utópicos e intelectuales – como si esas características fueran privativas del gnosticismo y a pesar del hecho de que los verdaderos textos gnósticos son asombrosamente apolíticos y anti-utópicos.

Eric Voegelin

A pesar de ello hay algo que es palmario que es muy atractivo acerca de este tipo de argumento para los conservadores y últimamente ha experimentado un renacer al mismo tiempo que los intelectuales conservadores lidian con el surgimiento de la versión más modernizada del pensamiento utópico progresista en la forma del wokismo. En The Gnostic heresy’s political successors, Edward Feser aduce que el primer rasgo de la mentalidad gnóstica es que:

Ve el mal como algo omnipresente y casi omnipotente, permeando por completo el orden establecido de las cosas.

Se diferencia en esto de la ortodoxia cristiana, que enseña que la creación es fundamentalmente buena y de ello se deduce el concepto de ley natural. Por contra, el wokismo, según Feser, ve el mundo como algo donde el mal está por todas partes – no en términos metafísicos, sino en la forma del racismo sistémico:

Para la CRT [la Teoría Crítica de la Raza], la fuente del mal omnipresente y casi omnipotente es el «poder del racismo» de «la supremacía blanca», «el privilegio blanco» y de hecho la «blanquitud» misma. Este racismo es «sistémico» en un sentido foucaldiano – se filtra de arriba a abajo, como en los vasos sanguíneos, en cada recoveco de la sociedad y en las figuraciones inconscientes de cada ciudadano. Se manifiesta especialmente en todas las «iniquidades» que resultan de los «sesgos implícitos» acechando incluso a aquellas personas que piensan de sí mismas que no son racistas.

Este es el argumento clave de todas aquellas personas que afirman que «la wokidad es gnóstica»: los gnósticos miraban al mundo y no veían nada más que mal, los wokes miran al mundo y no ven nada más que desigualdad e injusticia.

El gnosticismo no es fácil de definir, porque no era un movimiento, sino una colección de movimientos religiosos tempranos que compartían una creencia en que el mundo material era ilusorio y pecaminoso, una especie de error a escala cósmica. Los gnósticos típicamente creían que el mundo físico era el producto de una deidad menor malvada o defectuosa – el Demiurgo – y que nos separaba de nuestro fin natural – la unión con nuestra propia naturaleza divina con el Dios auténtico oculto que trasciende esta naturaleza. Los gnósticos creían en la superación de lo físico y en que el despertar de nuestra chispa divina no vendría ni de la fe ni de la acción, sino solamente a través de una transformación del yo por medio de un conocimiento secreto – la gnosis. En este sentido, el gnosticismo era más semejante a los movimientos espirituales ascéticos, acosmistas de Oriente que a lo que asociamos con la filosofía occidental.

Todo esto conduce a pensar que si algo definía a la perspectiva gnóstica era una completa repulsa del mundo material con sus tentaciones, volviéndose en su lugar al ascetismo y la vida espiritual (por supuesto, en ocasiones esto ha tenido manifestaciones indudablemente libertinas de «la mano izquierda» que eran de todo menos ascéticas). Lo que hay que enfatizar, sin embargo, es que los gnósticos no eran de ninguna manera utopistas políticos. Las injusticias temporales como una escasez de CEOs negros se convierten de hecho en una preocupación menor cuando lo que te preocupa de verdad es escapar por completo de esta prisión de carne y hueso. Este tipo de utopismo político tiene su origen en una inclinación mucho más materialista. Después de todo, el furor del marxismo utópico vino de un pensador que proponía una interpretación integralmente materialista tanto de la historia como de su visión de la utopía.

De hecho, si los apóstoles del wokismo tienen una inclinación metafísica sea cual sea, es mucho más optimista que la representada por Feser et al. Muy lejos de rechazar el mundo material, los wokes piensan que podríamos crear un paraíso terrenal si pudiéramos extirpar la desigualdad y la discriminación. Los conservadores les responderían algo del estilo de que «los wokes piensan que los blancos nacen siendo intrínsecamente malvados o racistas», pero no se da este caso en absoluto.

Una cosa que los wokes dan por sentado – lo que constituye por completo los cimientos de su perspectiva política – es que entramos en este mundo como tablas rasas y los sistemas de poder reproducen las desigualdades y las actitudes discriminatorias. Sólo les motiva tanto deshacer estos sistemas de poder porque creen que un mundo de igualitarismo auténtico donde estas estructuras han sido desechadas sería muy hermoso. No hay ningún impulso ascético o espiritual en ello. El teólogo ortodoxo-oriental David Bentley Hart se atreve incluso a decir – y estoy de acuerdo con él – que:

Si me obligaran a dar una versión de las causas que permitieron que la modernidad secular evolucionara desde la temprana cristiandad moderna, una formulación que me tentaría explorar – por ser provocador, lo admito, pero también bastante seriamente – es que la modernidad en su punto más álgido de nihilismo es en gran parte efecto de expulsar cualquier muestra genuina de desasosiego gnóstico de la consciencia del Occidente cristiano.

Y si la inclinación woke fuera otro caso del rechazo gnóstico de lo material, ¿no esperaríamos encontrar entre sus líderes a algún gnóstico? No obstante, muy alejados de ser practicantes del esoterismo o valentinianos que rechazan la realidad mundana, cualquier encuesta demuestra que la vasta mayoría o bien son ateos con una indubitable creencia en el bien de un ideal poscristiano de la igualdad y la dignidad universal del hombre, o son cristianos de un tipo totalmente opuesto al de los gnósticos. En los casos en los que son religiosos tienden a proceder de manera desproporcionada del cristianismo evangélico, que está todo lo alejado que se pueda estar en el contexto cristiano del esoterismo gnóstico. Cornel West, por ejemplo, es profesor de Filosofía y Práctica Cristiana en el Seminario Teológico Unión Cristiana. Jesmar Tisby, autor de los superventas wokes The Color of Compromise y How to Fight Racism también es un cristiano evangélico que recibió sus credenciales académicas del Seminario Teológico Reformado. De la parte atea, Ibram X. Kendi, el autor de How to be an Antiracist, piensa que Jesús fue un revolucionario político y que «intentar ‘salvar’ almas es ‘teología racista’ que solamente ‘engendra intolerancia’». No es una perspectiva muy gnóstica.

Transhumanismo

Puede que a las feministas y los guerreros por la justicia social no les mueva un impulso gnóstico, pero, ¿qué hay de los transhumanistas que comparten el deseo gnóstico de trascender las limitaciones materiales del cuerpo humano en su conjunto? Al liberalismo moderno le anima el deseo de liberar al yo de todas las limitaciones de la identidad colectiva. Algunas personas, como la pionera activista transgénero Martine Rothblatt, han ilustrado el cambio transhumanista que conlleva este impulso en libros como «From Transgender to Transhuman: A Manifesto On the Freedom Of Form [De Transgénero a Transhumano: Un Manifiesto sobre la Libertad de la Forma]». Pensadores liberales respetados como Yuval Noah Harari hablan acerca de su filosofía liberal del individualismo hedonista alcanzando cumplimiento en un futuro transhumano donde las mentes humanas pueden ser subidas a la nube y existir en un estado de placer y novedad perpetuos.

Richard Storey, en una respuesta que me dedica sobre este tema, ha identificado en la raíz de esto figuraciones metafísicas gnósticas:

Los liberales gnósticos sí que tienen una teleología, un fin para la existencia humana – es el dominio de la naturaleza. De nuevo, esta creencia es trascendente y hace presuposiciones metafísicas acerca de la mente, el destino, etc., da igual que el liberal se dé cuenta de que está involucrándose en cuestiones metafísicas o no. Los transhumanistas creen que podemos escapar y escaparemos de los grilletes de este cuerpo material, y en consecuencia de la muerte, preservando nuestras almas y trascendiendo para crear nuestros propios metamundos; no sólo mejorando y expandiendo esta realidad sino subordinando los recursos y herramientas del mundo material a nuestros propios mundos virtuales; no asaltando los cielos sino creando los nuestros propios como dioses.

Ahora bien, por supuesto que no estoy afirmando que esto sea bueno o incluso posible, sin embargo creen en ello, y tal creencia es sin posibilidad de error una secta del gnosticismo.

Puede que sea un provocador al decir que pensar que la experiencia de un ego sin límites que experimenta novedades a perpetuidad no es en absoluto para nada parecido a la clase de liberación de la corporeidad que las sectas gnósticas tenían en mente y sólo refleja la pobreza de nuestra propia visión moderna de lo espiritual. Es muy común para la gente moderna observar conceptos como la eternidad como una sucesión de acontecimientos y el cielo como una serie infinitamente placentera de acontecimientos. Desde esta perspectiva, el sueño transhumanista de la juerga infinita en la nube se le podría asemejar, ya que, después de todo, ¿no hablaban los gnósticos de la liberación del «intelecto puro»?

Como observa Hart, el sueño de los transhumanistas le habría dado la impresión a los antiguos gnósticos de ser una pesadilla – la imagen misma del infierno. Estas sectas espirituales no querían «escapar del mundo material» para tener un hedonismo o un dominio de la naturaleza más completos, como sugiere Storey. Más bien, buscaban una separación radical de las mismas condiciones del devenir en su conjunto – el tiempo, la materia, la individualidad y el deseo. Un ego menos constreñido por lo material y más liberado de lo físico, como algo que enmascara la inevitabilidad del declive y el sufrimiento de este mundo, se habría visto como un obstáculo para la meta final del gnóstico. El fin del alma en la cosmovisión gnóstica es despertar del juego por entero, no jugarlo con una mejor equipación. En la visión transhumanista, no es simplemente que estemos atrapados en un juego de sombras en la caverna, sino que nosotros mismos nos transformamos en una de las sombras y lo confundimos con la liberación.

Si un rechazo de lo material como un lugar de realización definitiva y un deseo de una existencia infinita e incorpórea por medio de una «gnosis» espiritual es de hecho el espíritu de nuestra época, entonces lo comparte con innumerables tradiciones espirituales, y Harari y Rothblatt son la expresión en nuestra época de lo que Buda o Meister Eckhart expresaron en las suyas propias. La inmortalidad gnóstica no era una extensión infinita de la vida – era una huida de la vida misma. Un anhelo no de tener más sensaciones, sino de lo Real: la comunión con Dios, un retorno a la fuente silenciosa y divina de la que todo el ser se había precipitado trágicamente.

En definitiva, el hábito conservador de etiquetar el wokismo como un renacer del gnosticismo nos dice menos de la naturaleza de los ideólogos woke que de los reflejos intelectuales de sus críticos. Refleja un deseo de dar poso metafísico a su oposición política y conducirnos inevitablemente a encontrar la respuestas en sus propios apriorismos religiosos y políticos. No queriendo confrontar o defender la posibilidad de profundas diferencias biológicas entre grupos – diferencias que podrían naturalmente producir disparidades que los activistas woke interpretan como signos de injusticias ocultas – estos críticos en su lugar tratan de buscar analogías metafísicas. Esto les permite redirigir el debate hacia viejas angustias conservadoras como el declive de la religiosidad y los excesos del radicalismo intelectual.

Al hacer esto, evitan la tarea impopular de desafiar a los verdaderos tabúes que están en el centro del debate, sustituyéndolos por un drama teológico que ensalza su forma de ver el mundo pero explica muy poco.

Keith Woods
Keith Woods