Para Hegel, el objeto de la religión y de la filosofía es la verdad eterna, Dios y nada más que Dios. Hegel llega a afirmar que «la filosofía es teología» en un grado indistinto entre sí e interconectado de forma grandilocuente. Cristo es, en esta medida, la autoexpresión del espíritu, de Dios. Su autoconocimiento completo se logra a través de la conciencia humana. Dios es la plenitud del pensamiento, el todo momento, la síntesis de infinito espurio y de lo no espurio. De lo universal se derivan los particulares; los particulares hacen la suma de la universalidad. Todo ello en la sintonía de un trascendental.
Dios es Trino. Dios considerado aparte del mundo, como un universal abstracto, tiene divisiones internas: Dios, la auto-objetificación de Dios al conocerse a Sí mismo, y el conocimiento de que estas son una unidad. Se conoce como el Reino del Padre.
Así pues, se subdivide en la Trinidad intrínseca y la Trinidad extrínseca, lo tributariamente intrínseco es lo inmanente de Dios en el mundo y la autorreflexión, la Trinidad extrínseca rebasa los limites de la primera Trinidad, la extrínseca estructura más amplia que incluye la Trinidad intrínseca, la autoposición de Dios en la particularidad del mundo (creación, incluyendo a los seres humanos o «espíritu finito»), y la reconciliación de Dios con el ser del mundo. Incluye el Reino del Hijo (Creación) y el Reino del Espíritu (conocimiento humano de Dios).
En este binomio, el conocimiento filosófico humano de Dios no es meramente subjetivo, sino que participa en la vida de Dios al completar la Trinidad extrínseca. La razón humana se vuelve coextensiva con la razón divina. La metafísica de Hegel se basa en la superación de la separación entre concepto y ser. Él sostiene que los conceptos no son meras construcciones subjetivas, sino la verdadera naturaleza de la realidad, el concepto de la autoevidencia de la Trinidad desde lo autopensante y emanable desde lo lógico a lo metafísico a lo físico y natural, revela la naturaleza dual y propia de los conceptos de la realidad.
La esencia de las cosas es el pensamiento; por lo tanto, el estudio de los conceptos es el estudio de la realidad. A esto Hegel lo llama «pensamiento objetivo» (objektives Denken o der objektive Geist; este último en referencia al espíritu objetivo [Mundo = Ser = Nada = Autopensar = Dios]).
Podemos encontrar dos matices en la idea del Geist, como Dios, como bien apunta Terry Pinkard, «Geist» no es «una Mente Gigante», sino las prácticas de individuos autoconscientes en las que una comunidad llega a saberse a sí misma. Así, «Dios/Absoluto» nombra el punto de vista del todo que emerge históricamente en nuestras instituciones, lenguaje y reconocimiento recíproco. Dios es Logos (racionalidad activa), no un ente personal supramundano. Pinkard recalca que Hegel reinterpreta el lenguaje cristiano: hablar de Dios es hablar del Logos (sentido, racionalidad, autocomprensión), más cercano al «pensamiento pensándose» de Aristóteles que al teísmo tradicional.
Hegel habla del «camino de Dios (Gang Gottes) en el mundo», es decir, del proceso histórico en el que la racionalidad se hace efectiva, no de un Estado sacralizado, no se trata de estados o de gobiernos, la forma de sublimar el espíritu del mundo en el espíritu de los pueblos, no es entendida en Hegel como elevación de las estructuras contingentes del hombre.
Su método dialéctico es crucial. No busca una correspondencia externa de las ideas con los objetos, sino la autoconsistencia interna de los conceptos. La «negatividad» (la capacidad de un concepto de conducir a su opuesto y a la contradicción) es el motor del desarrollo del conocimiento y de la revelación de la verdad, este es el fundamento de su ontoepistemología, inicialmente percibimos como «ser» (objetos sensibles e individuales) se revela, tras la reflexión, como universal y conceptual.
La metafísica de Dios de Hegel es central para su proyecto filosófico completo. Su versión de la prueba ontológica, al articular la naturaleza de Dios como espíritu, estructura y abarca todo su sistema: desde el concepto de Dios, su autoexpresión en la finitud, hasta el reconocimiento por parte de la conciencia humana de que comparte una esencia con Dios. La Lógica de Hegel se considera una metafísica de Dios. El germen del gran santo San Anselmo revivido como concepto puro de la cognición. La naturaleza humana en Hegel se ve como intrínsecamente buena (como espíritu y racionalidad, imagen de Dios) e intrínsecamente mala (en su existencia concreta). El ser humano es bueno «implícitamente», es decir, conceptualmente, pero no siempre en su «actualidad». El mal se origina en la escisión entre el concepto de humanidad (racionalidad) y la forma en que los individuos actúan (impulsos y deseos naturales). El conocimiento del bien y del mal, la capacidad humana de distinguir entre lo que es y lo que debería ser, es la fuente del mal.
La raíz de la angustia es la contradicción entre el ser y la esencia, es la capacidad de la percepción del bien y del mal en su simultaneidad, esto es aquello que aliena al hombre del bueno absoluto, de Dios en sí mismo. En un giro kantiano, la superación de este mal se logra cuando el ser humano se eleva a los principios y leyes racionales, alineando su ser concreto con la racionalidad que caracteriza su concepto. A través de la voluntad racional, una persona puede sanar la división entre su esencia conceptual y su existencia individual. La reconciliación con Dios no es algo que el sujeto finito logre por sí mismo, sino que se hace explícita a través de la conciencia humana de la unidad implícita de lo divino y lo humano. Esto se desarrolla a través de la «esfera ética» (donde la libertad y la razón penetran en el mundo) y, finalmente, a través de la filosofía especulativa, que logra la unidad entre lo finito y lo infinito.
A diferencia de sus contemporáneos que veían el conocimiento de Dios fuera del alcance filosófico, Hegel consideraba la cognición disciplinada de Dios como un esfuerzo crítico, filosofía y religión comparten el objetivo de descubrir la verdad sobre Dios, y que la filosofía, mediante un método científico, puede conceptualizar la verdad eterna de Dios.
Kant restringió el pensamiento conceptual a lo finito, marginando el conocimiento de Dios. El Romanticismo, aunque afirmaba una intuición inmediata de Dios, carecía de mediación conceptual y no podía articular la naturaleza divina. Se debe expandir la ciencia conceptual de la Ilustración a la intuición romántica de Dios, usando un método dialéctico para demostrar que Dios existe y articular Su estructura trinitaria.
El libro de Patricia Marie Calton: «Hegel’s Metaphysics of God:The Ontological Proof as the Development of a Trinitarian Divine Ontology», se enfoca en esta reformulación de la prueba ontológica de Hegel. San Anselmo en su Proslogion, donde argumenta que si tenemos la idea de «algo-de-lo-cual-nada-mayor-puede-ser-pensado», entonces ese algo debe existir en la realidad para ser verdaderamente lo más grande. Anselmo distingue entre la existencia en la mente y la existencia en la realidad. Kant consideró la prueba ontológica como la más importante de las pruebas de la existencia de Dios, pero la refutó. Sus críticas principales son: (1) tener el concepto de un ser necesario no implica su existencia real, ya que se puede negar la existencia tanto del sujeto como del predicado sin contradicción; (2) la existencia no es un predicado que añada contenido a un concepto. El famoso ejemplo de los cien dólares ilustra que el concepto de cien dólares es el mismo, ya sean imaginarios o reales, por lo que la existencia no es una perfección.
Hegel argumenta que el éxito del argumento de Kant se debe a que refuta una versión defectuosa de la prueba y a la propia definición empobrecida de «concepto» de Kant. Critica la división estricta de Kant entre concepto y ser, y su reducción de los conceptos a construcciones puramente subjetivas. Hegel utiliza ejemplos de la vida diaria, como el trabajo humano, para mostrar que los conceptos subjetivos pueden materializarse en la realidad. Además, Hegel subraya que el concepto de Dios es diferente de los conceptos finitos (como los cien dólares), ya que el infinito, por su naturaleza, debe incluir el ser.
«Es cierto que el ser no pertenece al concepto, esto es, a la mera representación subjetiva. Pero es igualmente falso que no esté en el concepto. […] En las cosas finitas hay que admitir que el concepto, en cuanto está en mi cabeza, es algo distinto del ser de la cosa. Pero de Dios ocurre más bien que es lo que su concepto es. Su concepto incluye en sí el ser».
Traducción de Manuel Jiménez Redondo, Ciencia de la lógica, Abada, 2011, t. II, p. 209
«Una obra que el hombre produce no es, por tanto, algo meramente exterior, sino que en ella está también presente el fin, el concepto. […] La mesa, por ejemplo, que vemos aquí, es un fin de ese tipo, un concepto que se ha realizado en el mundo exterior».
Trad. de Ramón Valls Plana, Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio, Alianza, 1997, p. 97.
Hegel admira a Anselmo, pero considera su formulación defectuosa por dos razones: (1) su forma silogística hace que la existencia de Dios parezca dependiente de premisas finitas, cuando Dios debería ser el fundamento de todo; (2) Anselmo presupone la unidad del pensamiento y el ser, en lugar de demostrarla. Hegel sostiene que Anselmo asume que el concepto de Dios (lo más perfecto) debe corresponder a un ser independiente.
Para demostrar el argumento, comienza abordando el «Foso de Lessing» (la supuesta brecha infranqueable entre las verdades históricas contingentes y las verdades necesarias de la razón o de Dios). Hegel busca disolver este problema argumentando que lo finito y lo infinito no son inconmensurables, sino que lo infinito abarca lo finito, el concepto de Dios implica necesariamente el ser. Para ello, abandona el silogismo a favor de una «demostración» o «meditación religiosa» que muestre la coherencia intrínseca entre Dios y el ser. Hegel busca un concepto objetivo de Dios que contenga el ser en sí mismo, sin presuponerlo. Sostiene que este concepto de Dios es la realidad del mundo finito, cuya esencia es hacerse objetivo y manifestarse. Mediante el análisis de la experiencia, Hegel argumenta que el «ser» es de hecho conceptual. Lo que inicialmente parecen objetos materiales y opuestos a las ideas, se revela como universal y comprensible solo a través de la conciencia. Conocer el mundo es conocerlo como un mundo de ideas. Hegel rechaza la distinción kantiana entre fenómenos y noúmenos, afirmando que la idealización del mundo por la conciencia no oscurece la realidad, sino que la descubre. El pensamiento es la sustancia constitutiva de las cosas externas, y la verdad de todas las cosas es una naturaleza interior permanente y universal. Esta «lógica coincide con la metafísica».
Hegel contrasta su proyecto con el «concepto vacío de Dios» de la Ilustración, que limitaba el conocimiento de Dios a una abstracción sin contenido. Hegel aborda la alienación de la humanidad con respecto a Dios. Los humanos son «espíritu finito», con una esencia racional y buena (imagen de Dios), pero en su existencia concreta, actúan por deseos e instintos naturales, lo que constituye el mal. El conocimiento mismo de esta división es la fuente del mal. Esta alienación se manifiesta como una división entre Dios y la humanidad, y entre la humanidad y el mundo. La reconciliación de Dios y la humanidad no es una acción humana, sino el reconocimiento de la unidad implícita entre lo divino y lo humano que ya existe en la vida divina. Esta conciencia comienza con la experiencia de Dios encarnado en un ser humano (Cristo), que representa la unión de lo divino y lo humano en un individuo sensible. El «Reino del Espíritu» como la comunidad espiritual que, a través de tres etapas (conciencia religiosa, pensamiento ilustrado y filosofía especulativa), desarrolla una conciencia explícita de Dios como espíritu y de sí mismos como un elemento esencial en la vida divina.
La filosofía especulativa es el tercer y más alto momento de reconciliación. Resuelve las contradicciones combinando la objetividad (verdad eterna que se desarrolla necesariamente) con la subjetividad (el pensamiento que desarrolla el contenido con necesidad). A diferencia del pensamiento religioso representacional, la filosofía, al articularse conceptualmente, expresa la verdad de la unidad entre lo divino y lo humano de manera necesaria y completa. La prueba ontológica de Hegel, ejecutada a través de la filosofía especulativa, es la que completa la Trinidad extrínseca. Al pensar los conceptos que son la esencia de Dios y su autoexpresión, la conciencia humana se fusiona con la conciencia divina. El conocimiento humano de Dios es, de hecho, el autoconocimiento de Dios a través de la humanidad. Los humanos son una parte crucial de la vida de la Trinidad.
Desde el velo del misterio, donde Dios, inasible, reposaba en la pura idea, emerge la senda del saber, no impuesta, sino intrínseca. La prueba ontológica de Hegel, lejos de ser un mero silogismo, se revela como el latido mismo de lo divino, un perpetuo autodesplegarse y conocerse. Es en esta danza eterna donde la Trinidad se teje: Dios, en sí mismo, se piensa y se ama, distinguiéndose y uniéndose en su esencia ideal. Mas su espíritu infinito no descansa en lo abstracto; se proyecta y se encarna en la vasta creación, en cada forma, en cada ser, hasta el alma humana. Así, lo finito no es una barrera, sino un espejo vital, y el abismo de Lessing se disuelve en la unidad ineludible de todo cuanto es. En este drama cósmico, la conciencia humana, lejos de ser ajena, se alza como el tercer acto sublime. A través de la razón y la reflexión filosófica, el hombre no solo vislumbra a Dios, sino que participa activamente en su autoconciencia. Es en nuestra mente, al comprender la lógica divina, donde Dios regresa a Sí mismo, completando la Trinidad extrínseca.
Así, la filosofía no es solo la búsqueda de la verdad, sino la verdad misma viviéndose en nosotros. Un amor de sabiduría que, al unirse al Ser, reconcilia lo fragmentado y revela que somos, en esencia, parte inseparable de la vida infinita de Dios. Somos el pensamiento que se sabe divino, el espíritu que, al conocer, completa al Absoluto.

